Hola, soy M. Eugenia y mis amigos de” los príncipes” me han pedido que os cuente un poco mi historia con los animales; voy a intentarlo:
Para nosotros ellos son parte de nuestra vida, pero para ellos nosotros somos su vida.
Mi relación con ellos empezó pronto, en el campo donde conviví con muchos de ellos, míos y prestados, gatos y perros por supuesto, pero también búhos, patos, insectos o caballos e incluso alguna cigüeña que aparecía de vez en cuando.
En este relato voy a centrarme en mi vida urbana, que es en realidad la que sigo viviendo y en la que las experiencias son más duras.
Todo empezó con un cachorro “pura raza mestiza” según Carmelo, una cosita negra de ojos avellana que apareció en mi calle. Lo alimentamos durante un tiempo, pero la vida en la calle no te da respiro y un día apareció con dos de sus patas rotas; y a mi casa subió y así, tan duramente, aprendimos que en la calle no están seguros.
Él nos enseñó la capacidad de perdón, cariño, olvido y AMOR que todos ellos tienen para nosotros.
Desde entonces han sido muchos. Al principio estábamos solos, los ves, los recoges e intentas encontrar un hogar para ellos. Como podréis imaginar en casa somos muchos, más peludos que humanos claro.
Luego fuimos conociendo a más locos como nosotros, que aún nos llaman así, y a refugios o alberges y por supuesto “los vetes” sin los cuales no podríamos haber hecho ni la mitad, en mi caso me refiero a “los príncipes” que me aguantan lo indecible.
Hemos vivido muchos casos muy duros en carreteras con animales moribundos a los que solo puedes sostener la cabeza y darles un poco de amor en su despedida, o en pozos, solares, descampados y en la misma calle. Distintos lugares y la misma experiencia para mirar sus ojos e intentar calmar su “incomprensión”. Uno de esos pares de ojos todavía, y han pasado más de veinte años, están en mi retina, redondos, pequeñitos y dentro tanta incomprensión pena y pérdida que creo que nunca se irán de mí. En el fondo lo agradezco porque así no olvido cómo puede ser la vida para muchos de ellos.
También puedo hablaros de Lua, una “podenquita” que era huesos y miedo, a casa llegó para aprender que no todas las manos hacen daño y no todos los humanos dan dolor, mucho tiempo nos costó que saliera de ese rincón de la cocina y dejara de meter la cabeza entre sus patas cada vez que nos acercábamos.
Tigretón, negro de poco más de un mes que no se sostenía en pie de hambre y sed, semanas de biberón y caricias; o Anís de debajo de un coche, o Roto de un motor de automóvil, benditos bomberos.
Ahora es un poco mejor, cuentas con la aceptación de la sociedad y la ayuda de la autoridad, hay leyes. Recuerdo uno en un balcón al que tardamos tres días en poder coger, convenciendo a la policía municipal y tantas disputas en plena calle, cada vez con más cómplices, eso sí.
Me dejo en el tintero a muchos de ellos, pero sería muy largo, son muchos años ejerciendo. Solo quiero deciros que en mi corazón y en el de mi familia humana hay un trocito de cada hocico, pata, cola, uña, pico o incluso pulga.
Todos ellos y los que vendrán, nos han hecho como somos, no sé si mejores, pero más felices sin lugar a dudas, ya que tenemos más amor que recibir.
Me gustaría que este corto escrito sirviera para que al menos una persona no abandonara a un animal en la carretera o en un contenedor, Ginebra viene de uno de ellos, o un galgo menos fuera ahorcado, o un gato menos apaleado.
Espero no haber cansado a nadie con mi historia que es real como la vida misma y agradezco a todos los que como yo dan un poquito de sí mismos por ellos.
Me despido esperando veros con vuestros compañeros de cuatro o menos patas, Arya tiene tres, y agradecer a todos la paciencia y la indulgencia tanto para mí como para los animales que os necesitan.